Puede Fallar

lunes, febrero 28, 2005

Sábado & lunes

El plan era redondo: ir al cine, ir a comer, dormir juntos. Salió todo mal. Entre nosotros, quiero decir. A. que cree que 'acompañarlo' es ser su bolsa de arena y yo que no cedo ni un poco.

Lo más raro no fue corrernos por Paraná, ni gritarnos, ni que me tirara los cigarrillos a la avenida, ni nada de eso.

Bizarro fue, al menos para mí, ir llorando desconsolada a la parada del 5 y, al levantar la vista, encontrar a Alejandro Agresti mirándome. Unos segundos, nada más, que en la vida común la cinta es continua.

La semana, sin embargo, viene mejor. Porque estamos enojados -ya sé que es una paradoja- y porque hoy, antes de entrar al trabajo me pasó algo inesperadamente bueno: pasé por enésima vez por una librería de usados a la que, por prejuicio, nunca amagué a entrar. No quería ni detenerme en la vidriera porque una cosa son los usados del Parque (Rivadavia) o de un puesto en, por ejemplo, San Clemente del Tuyú y otra son las librerías de usados de barrio norte. Mucha edición de lujo, mucha política argentina, mucho Rimbaud y demás, nada de lo que a mí me interesa. El caso es que entré, diciéndome para mis adentros: 'Si encontrás algo de ciencia ficción, fantasía o de literatura universal que valga la pena, no habremos perdido tanto tiempo. Pero si encontrás Las Sirenas de Titán de Kurt Vonnegut, y encima lo podés comprar, entonces te invito esa ensalada cara que te gusta tanto'.

Así que hoy almorcé una rica ensalada.


Nota: Busqué ese libro por unas citas geniales que leí en Mal Elemento (www.malelemento.blogspot.com).

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viernes, febrero 25, 2005

Países

Era 1997. Era mi primer entrevista laboral para un trabajo en serio, terminado el secundario.

Era, también, el summun del menemismo: la explosión de internet, de los teléfonos celulares, y, en fin, de cualquier baratija tecnológica destinada a solucionarnos la vida.

Oficina en microcentro. Yo apechugaba la cosa como podía: el tipo parecía satisfecho, tal vez se me daba.

Hasta que en un momento fatídico me dice:
-...porque es así ¿viste? Dicen mucho en la Argentina se pasa hambre, no hay trabajo, la guita no alcanza, pero después querés encontrar una mesa en un restorán en costanera norte, en lugares carísimos y no podés, se llena de gente. Yo no digo que unos mientan y otros no, al contrario, es la cruel verdad.
Mirá, existen dos Argentinas: en una la gente hace cola por un paquete de polenta y en otra por una mesa en Los Años Locos.
Ahora, el punto es, vos... ¿a qué país querés pertenecer... ?-

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martes, febrero 22, 2005

Definiciones

'Todos los burgueses son lo mismo -repuso el doctor Czinner- El proletario tiene sus cualidades y el aristócrata es a menudo bueno, justo y generoso. Se le paga para que cumpla con un servicio cualquiera: gobernar, enseñar o curar; o en otro caso el dinero de que dispone lo ha heredado de su padre. Quizá no lo merezca; pero tampoco ha hecho ningún mal para adquirirlo. En cambio, el burgués compra barato y vende caro. Compra a los trabajadores y vuelve a vender a los trabajadores. Es un ser inútil.'

Orient-Express de Graham Greene.

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martes, febrero 08, 2005

Domingo de noche

Vuelvo con Hermano a casa. Cuando estamos por entrar el auto nos damos cuenta que alguien dejó, largo sobre la entrada del garage, un carro grande de los que usan los cartoneros (un sulki, más bien) sin caballo, sin dueños cerca, con gran parte de su contenido tirado en la vereda de casa y aledañas.

Hermano estaciona el auto en frente, y nos bajamos a ver. El vecino -que siempre está en la puerta de su casa, a pocos metros de la nuestra- se apura a contarnos. Que llegó el carro con el caballo corriendo desbocado, sin conductor, a toda velocidad, tirando todo. Que, a la altura de casa, el animal se zafó de las riendas a fuerza de tironear y que el carro quedó ahí.

Si bien hasta aquí la cuestión se plantea bizarra, el primer problema fue barrer la bajada del garage, la vereda y hasta la calle de vidrios rotos, esparcidos al caerse botellas que el dueño llevaba junto con los diarios y mil chucherías más. Así que ahí estábamos, Hermano y yo, barriendo la avenida en la madrugada.

Corrimos el carro a un costado, entramos el auto que fue 0 km en el año 82 y decidimos, con paciencia pero sin pausa, recoger prolijamente los papeles y etcéteras desparramados en el suelo.

En este momento la historia, pintoresca cuanto menos, toma un giro melancólico, tristón, producto de mis observaciones, como no podía ser de otra manera.

Antes de seguir, voy a traer a colación un fragmento de Fight Club. Sobre un vestido que llevaba puesto, Marla le dice al personaje interpretado por Edward Norton :
Me compré este vestido de segunda mano por un dólar. Es para una dama de honor. Alguien lo quiso intensamente un día y luego lo tiró.

Entre diarios, folletos de supermercados y revistas del cable alguien tiró la vida de un hombre.

Todo lo que el tipo había sido estaba ahí: sus cartas, sus poemas, su libreta, sus canciones, sus recibos de sueldo, sus impuestos pagados y sus deudas, sus recuerdos (tarjetas personales, pasajes, boletos, facturas, tickets, postales, servilletas de hoteles...).

En base a ese rompecabezas, pudimos inferir que era guitarrista, que tocaba folklore y tangos, y viajaba con su banda a lugares del interior y a países limítrofes. Que era del sur -Santa Cruz, tal vez-, y vino a La Ciudad para hacerse un lugar.

Y claro, cientos -¡cientos!- de partituras (propias y ajenas) estaban tiradas en la calle.

Cobraba en SADAIC por derechos de autor, vimos recibos que así lo certificaban. Hay cartas y poemas y canciones que cuentan su amor por la guitarra y la música, y sus problemas financieros.

Hubo un hombre, alguna vez, que quiso mucho todas esas cosas. Cosas que no son confort ni plumas. Son cosas que lo definen, que permiten que otros lo conozcan aunque ya no esté.

Salvé de la hoguera todas las partituras y poemas que pude (ya postearé algunos: no son en absoluto malos). Y pude rescatar dos pequeñas y antiquísimas fotos, además de una foto carnet arrancada de una libreta de enrolamiento, que me gusta creer que es del fulano.

Pero no puedo evitar pensar qué de las cosas que quisimos cuando ya no estemos. Qué de ese librito roñoso que tanto costó conseguir, de los recortes del diario, de los discos de pasta y de vinilo, de los cassettes, de los apuntes, de las cartas...

Pusimos todo lo que estaba desparramado en el piso sobre el carro, y lo dejamos ahí. Por la mañana ya no estaba.

Quiso la suerte que salváramos algo de un hombre llamado Hugo Merlo al menos un rato más.

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miércoles, febrero 02, 2005

Nerdismo (sic)

Soy nerd, aqué negarlo.

Eran las vacaciones, era la playa y el mar... y yo -¡yo!- comprando libros y lo ví, Señoría, lo ví, y tuve que llevármelo.

¿Cómo resistirme a un título como ese?

Acepto mi culpa, y que sea justicia.

Lo estoy mirando. La cubierta reza: El amor es un número imaginario.

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