Puede Fallar

lunes, abril 10, 2006

Lunes de super acción

Me levanto 5:30 hs. intentando, por una vez, llegar a las 8:00 a la insólita teórica en Ciudad Universitaria.

La preparación incluye calzado alto, porque mi metro cincuenta y cinco y mi contextura pequeña no me permiten alcanzar el pasamanos del techo en días aciagos, de colectivos llenos y tráfico inclemente.

Espero el 117 en la esquina de mi casa, con 19 personas más. Espero tanto, que ya sé que mi madrugón acaba de devaluar. Llegan varios colectivos juntos, también llenos, amagan no parar.

Consigo subir. Voy parada hasta Liniers, donde finalmente se desocupa un asiento. Me pongo a escuchar The Essex Green, enyoguizándome.

Me paro porque Beiró está cerca, conteniendo mis deseos de ahorcar a una señorita -que ni siquiera debe saber tocarse-, quien cree que soy una ilusión óptica e intenta ocupar el asiento que dejo libre pero conmigo en él.

El semáforo detiene al colectivo a metros de la parada, abre las puertas, no aguanto más y me bajo.

Veo venir al 28, servicio rápido -si lo alcanzo llego, si lo alcanzo llego-.

Corro cruzando la calle, el semáforo está a punto de cortar.

Se va la música, ruidos.

¡El cierre zafado de la maldita mochila se abre y deja caer todo -TODO- sobre la calle! Vuela el mptrito (que arreglé hace dos meses), las pilas recargables, los discos, la cartuchera, el almuerzo. Yo estoy ahí intentando juntar todo mientras los autos me esquivan y zumban alrededor y un grupo de estudiantes secundarios se cae al suelo de risa a mi costa.

Logro regresar a la vereda, un comedido me acerca, solícito, una pila que había quedado bailando en la calle. Tengo ganas de llorar, de volverme a mi casa, porque, es verdad, no perdí nada, el aparato funciona pero ni siquiera puedo cerrar la fucking mochila.

Finalmente cierra, paro al 28 que, repleto, intenta escapar. Hacemos lo que siempre: subimos por atrás.

Entro al aula, jadeante. El profesor levanta la vista y me pone mala cara, como acusándome por la interrupción, por la llegada tarde. Vaya uno a saber.

Pero convengamos algo:

a) si mi vida fuera una película de Tarantino, yo salgo del aula, subo al tercer piso, entro a algún labo, me llevo el sulfúrico 98 % v/v y los rocío a todos, como si de agua bendita se tratara.

b) si fuera una película de Spielberg, le contesto al profesor de forma justa y lastimosa, despierto alguna lágrima, todos me terminan aplaudiendo y el emérito me pide disculpas.

Pero no. Mi vida es una mala película de la Coca Sarli: mala calidad, mal sonido, a veces un glamour bizarro. Una historia patética. Buenas lolas, eso sí, pero nada de sexo.

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