Puede Fallar

lunes, febrero 23, 2009

Cosas que no: murgas


Padre siempre recuerda los carnavales de su época: los corsos, los bailes (como el que se realizaba en el Club Comunicaciones), la salida del barrio a la calle, la fiesta. Después vino la prohibición militar, y ya entrada la democracia empezaron a perfilarse los nuevos carnavales, estos que ahora aturden desde, por ejemplo, Medrano y Corrientes.

Particularmente, todos estos festejos me parecen una auténtica desgracia, desde el corsódromo de Brasil hasta los desfiles de Gualeguaychú y aledaños, pasando por la sección de carnaval carioca de casamientos o cumpleaños de quince (pe-pé pepepepé…).

Sin embargo, el horror de las murgas y de los pseudocarnavales de la Ciudad de Buenos Aires no tiene parangón: un montón de personajes que sacuden el cuerpo cual epilépticos mientras suena en repetición infinita el mismo golpeteo de tambor –todo el tiempo, todo el tiempo lo mismo. La postal del murguero, mezcla de pobre* con disfraz de payaso (lentejuela, rocanrol, escudo del club de fútbol, cumbia, reggaetón, cerveza) levantando las manos y sincopando la cadera con la mueca del ‘Ehhhh’ -'¡Ehh, dale loco!'- en la boca es, por lejos, una de las postales más horrendas de la Ciudad.


Odio al carnaval, las comparsas, las plumas, las lentejuelas, la espuma Rey Momo y a todos sus seguidores y espero que venga el Dios del Buen Gusto y los convierta en estatuas de sal.


Y que enseguidita se largue a llover.



*no me corran por izquierda, que ya estamos grandes.

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