Puede Fallar

jueves, diciembre 04, 2008

Estudiar

Si se mira la cosa de forma racional, puede plantearse una especie de curva maligna que tendría más o menos esta forma: la educación universitaria pública se sostiene con los impuestos que paga toda la sociedad, se forman así profesionales, esos profesionales luego ejercen y le vuelven a cobrar a la comunidad sus servicios, como si no le debieran nada.

A ver. Puede que esto traiga cola pero menefrega. Los zurditos básicos me crucificarían sólo por pensar ese párrafo pero la verdad no me importa ni un poco. Soy graduada de la UBA, donde también hago el doctorado, y vengo de una cuna de clase media baja, con lo que nunca hubiera podido estudiar si la Universidad no fuera pública y gratuita. Defiendo a ultranza esto último, pero lo que quiero es ir un poco más allá del izquierdismo de manual.

Me parece bárbaro que todos tengan, cuando no (desgraciadamente) las mismas oportunidades, sí la posibilidad de estudiar. Lo que no me parece para nada bien es que el estudiante o el graduado no le devuelva nunca a la sociedad lo que recibió en su formación. Esta devolución que argumento no tiene por qué ser económica; el desarrollo de su misma profesión desde un costado social o humanitario alcanzaría.

Pongamos por caso un estudiante de diseño (lo más de lo más). El tipo va, estudia gratis, se recibe y después se pone su bolichito, le agrega a cualquier elemento de su producción las palabras ‘de diseño’ –lámpara de diseño, indumentaria de diseño, muebles de diseño, inodoros de diseño- y le cobra una fortuna a la misma sociedad que le pagó los estudios.

Lo mismo un médico que ejerce en un sanatorio, un psicólogo que se pone un diván en la habitación que le sobraba, un sociólogo que se abre una consultora, un ingeniero que se emplea en una metalúrgica o un químico que se va trabajar a una farmacéutica.

Un abogado recibido en la UNLP podría disminuir sus honorarios a la mitad en trabajos para escuelas, cooperativas, hospitales, o para personas de bajos recursos. Un contador de la USaM le dedicaría por pocas monedas un tiempo de su semana a revisar las cuentas de Pymes en apuros o monotributistas que no llegan a fin de mes. Un arquitecto de la UBA ayudaría desinteresadamente en la construcción de obras públicas o en la refacción del centro de jubilados de su barrio. Por poner ejemplos, digo.

Además la situación actual le da letra a la derecha que quiere arancelar, porque... "¿qué gana Ud, Doña Rosa, si le paga la Licenciatura en Alimentos a Juancito? ¡Si después Juancito se va a jornalear a Kraft y le vende a Ud las salchichas más caras que antes! Doña Rosa: Ud está pagando dos veces. Si Juancito quiere estudiar a las salchichas, que se lo pague él solito. ¿No?"
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Y ahí, claro, se nos caen todos los argumentos para defender la gratuidad.
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Lu me dijo una vez, a propósito de este tema, que hay un montón de cosas que funcionan mal, que se desvían fondos del Estado en cualquier barbaridad, que una devolución de los graduados universitarios (o terciarios: magisterios, docentes de escuelas medias, graduados de arte) sería lo de menos.
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No sé, no estoy tan de acuerdo. Creo que sería movilizador a nivel social y personal, y que tomaríamos conciencia de por qué hay que cuidar la educación pública, que nos haríamos el tiempo para darle valor a una mera inscripción al CBC y que ahí sí, definitivamente, el pueblo todo (que paga impuestos hasta cuando compra la leche) vería retornar lo ofrecido.

Sí, hoy me levanté verborrágica, polémica y socialista.
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