Puede Fallar

sábado, abril 19, 2008

Aire



El responsable en arrimarnos a todo fue Lu, que había traído de las europas -si mal no recuerdo-, Virgin Suicides y Moon Safari, en una caja incómoda y hermosa. El enamoramiento no fue casual: eran Air y era Lu, que fue el primero en un montón de cosas.

El disco de Virgin Suicides vino pegado a la peli. O, para mí, quedó pegado a la película. Una historia maravillosa, un film que me deslumbra pero que, por esas cosas de la vida, nunca vi entero -siempre desde el mismo lugar, Cecilia acaba de morir y quedan las cuatro hermanas.

Pero no es sólo eso. Playground love era nuestra canción con A., mi primer gran amor. Ahora que está de moda, confieso que fue el último lento que bailé. Con él, los dos en el living de su casa, tratando de no hacer ruido. Era la cuarta vez que salíamos y la primera que me invitaba al departamento en el que vivía con su familia.

La película me puede. Mal. Las otras cosas que hizo Sofía Cóppola no tanto, pero Las Vírgenes Suicidas es una maravilla.

Entonces hoy es viernes, y por motivos que no vienen al caso se pinchó un plan, y vengo a cenar a casa -que es la casa de mi madre, que es la casa de mi hermano-, pero ahora que estoy vieja igual me contento con que haya unas empanadas de carne y una cerveza.

Y encuentro justo esta película, y recién se murió Cecilia. Entonces me tomo toda la cerveza sola en la cocina y me como cuatro empanadas. Para el momento del baile, Rusia (mi perra), llora. Entonces, como me encuentra en un momento raro, a la vez triste y encantada y entonada, en lugar de gritarle el clásico '¡A cucha!', me levanto y le hago unos mimos. Ella pone todo su cuerpo peludo que debe pesar lo que mi cuerpo, y lame mis manos y mis brazos mientras la acaricio.

Cuando me canso la despido, y sigo mirando. Por suerte me ahorro lo de Lux despertándose en el campo de fútbol americano sola y confundida. Como soy una jodida, me lavo las manos y los brazos para quitar cualquier resabio de saliva perruna.

Me agarra frío, enciendo una hornalla y me caliento.

Aquí un escritor medianamente virtuoso daría un giro final más o menos nostálgico, y cerraría la crónica. Yo no puedo hacer eso porque a mí no me salen las cosas así, redonditas. Cuando me sequé las manos en la hornalla me quemé todos los pelos del brazo, y me dí cuenta cuando el olor era ya insostenible.

Un litro de cerveza en una persona de mi tamaño debe ser mucho.


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