Puede Fallar

viernes, enero 25, 2008

A ver la tapa...

No sé qué año sería, pero si me decís 1989 te diría que es probable. Madre, que para esa fecha no había perdido la cordura y todavía leía literatura, nos había llevado a Hermano y a mí a una feria del libro infantil y juvenil –me parece incluso que fue la primera que se hizo.
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Me acuerdo de algunos detalles casi inverosímiles: hojear libros de Pipo Pescador en un stand de Hispamérica, hacer un dibujo en otro stand que ganó un premio –era un dibujo rechoto, de un libro abierto, del cual salían flores, paisajes, personas, herramientas, explosiones, animales, armas, y abajo decía algo así como ‘todo está en los libros’- y por el cual felicitaron a mi madre (una locura, ya sé), y casi nada más.
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El arte de tapa suele ser, al menos para los discos, un poderoso criterio de selección porque en el fondo es un reflejo de la búsqueda estética del artista. Pongamos por caso los trabajos de Bersuit Vergarabat; el arte de tapa de sus trabajos es crudo, elemental y explícito, como su música. Este mismo criterio suele ser inútil para elegir libros, porque en la mayoría de los casos no es el autor sino la editorial quien se ocupa de esas cosas. En los libros infantiles, sin embargo, muchas veces el escritor mismo ilustra sus trabajos o elige al ilustrador, de modo que se podría optar por un libro en función de cuánto nos gusten los dibujos que acompañan la historia, si creemos eso de la búsqueda estética.
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No me fui por las ramas, che. Qué impacientes se ponen a veces. Lo que dije viene a cuento de que ese día Madre compró Cuentos de Vendavalia, de un tal Carlos Gardini, porque yo me había quedado prendada de sus ilustraciones.
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Y no me equivoqué, los dos cuentos que forman el libro (que aún conservo y del que extraje las ilustraciones de este post), titulados El pájaro del amanecer y El palacio al revés, son dos historias maravillosas.
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Los años pasaron (han pasado terribles, malvados, dice el tango). Un par de semanas atrás fui al Parque Rivadavia a comprar un libro para regalar (Un mundo feliz, de Huxley), y por estas cosas de ser una chica, de no estar en vena para el regateo y de ir un martes a la mañana, cuando no hay nadie, el librero me dice:

- Me caés muy bien. Te voy a regalar un libro de yapa. Elegite alguno de estos dos - Y me alargó dos libritos de la colección de Página/12 de Literatura Fantástica y Ciencia ficción.

Expresé alguna que otra protesta tibia (‘no puedo aceptar esto’), pero por puro formalismo.
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Me encanta la ciencia ficción, pero no conocía a los autores de los libros que me extendía el muchacho, así que le dije que eligiera él.

- Mirá – me dijo – no los leí, y no conozco a los autores, así que no puedo recomendarte ninguno.

- Bueno – le contesté. El arte de tapa es el mismo en toda la colección, pero me gustan más estos colores… - dije, mientras señalaba el de la izquierda, que tenía blancos, verdecitos y turquesas.

Volví a casa y ese librito estuvo guardado, esperando que le llegara el turno de lectura.

Finalmente lo agarré anoche, y a pesar de que sólo leí unas 20 páginas, El libro de las voces ya me enamoró. En el prólogo me enteré que el autor fue traductor de relatos de ciencia ficción en la archiconocida revista de género El Péndulo, y que escribió varias novelas y algunos cuentos de literatura infantil, entre los que figura, como podrán imaginar, Cuentos de Vendavalia.

Carlos, sin querer pero algo nos une, eh. No te hagas el gil.
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