El alemán, los berberechos y el trabajo más extraño de tu vida

Soy el tipo de persona que siempre tiene trabajo pero nunca tiene dinero. O me pagan poco, o me desempeño ad-honorem o lo que sea.

Hace unas semanas, estaba esperando el ascensor en la facultad y veo un cartelito (entre los miles de papeles ofreciendo clases particulares, becas, salidas en kayak, fiestas con capoeira…) que decía ‘se precisa estudiante para hacer trabajo temporal pesando unas muestras’. Y una dirección de correo electrónico.

Ni corta ni perezosa escribí. Me contestó un tal Marko Hermann con un castellano imposible. La buena noticia fue que el trabajo era ahí mismo, en la facultad.

Quedamos para encontrarnos unos días después, frente a los ascensores. Espero, espero, hasta que me encuentro con un rubio de ojos claros inmenso, como de dos metros, con una caja y muchos frascos en la mano.

‘Hola qué tal, yo soy Marko. Vení.’

Me cuenta que es alemán, que está haciendo su doctorado en Argentina en el Laboratorio de Moluscos. Le pregunto si alguien más se había presentado por el aviso, si tenía que hacer alguna suerte de selección. ‘No, no. Tú única presentarse. ¿Sabes? Argentinos quejarse de no hay trabajo, no hay trabajo… ¡pero nadie presentarse!’.

Y me explicó. Me dijo que tenía 20 frascos con 35 berberechos cada uno. Que yo tenía que medir al bichito cerrado con un calibre, abrirlo, pesarlo entero, aislar la carne de la cáscara y pesar ambas cosas por separado.

Que después me dedicaba a la parte blanda. Que tenía que separar branquias, músculos y sifón –las antenitas- y pesar lo que quedaba, la parte visceral del molusco. Que seguidamente tenía que cortar el pie –la lengua con la que se entierran en la arena- y poner en frascos distintos el aparato reproductor y el digestivo.

Eso para cada berberecho.

Arreglamos a un peso por animalito. Y, con práctica, cada uno me lleva unos 7 minutos.

Así que ahí estoy, berberecheando a lo pavote.

Al final es como dice Elfo sin nombre. A mí me pasan cosas.