Puede Fallar

martes, octubre 24, 2006

Las pruebas

Antes de abrir el blog también escribía. Siempre lo hice. En cuadernos (aunque sin solución de continuidad), en papelitos, en servilletas, en márgenes, con lápiz en los libros.
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Ahora, claro, la modernidad me permite un perfecto metodismo: el día y la hora se ponen solitos, se justifica la alineación, tengo todo en un solo lugar. Y lo puedo compartir.
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Lo que sí perdí es la urgencia de mi cursiva cuando escribe de lo que siente, el desapego gramatical, algo de intimidad. Sigo -aunque con menor frecuencia- escribiendo cartas manuscritas, pero reconozco que hace rato no envío nada por correo (del convencional).
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Tiene algo la palabra escrita cuando el soporte es papel y lo que se lee es el garabato de otro.
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A veces me topo con viejos y olvidados papelitos llenos de anotaciones raras. Anoche, sin embargo, encontré todo un cuaderno -inconcluso, por supuesto- donde transcribí fragmentos de libros, cosas que se me ocurrían, y donde pegué recortes de diarios, figuritas, letras de canciones, fotocopias de alguna página de la lectura de ocasión. No tengo el más mínimo recuerdo de estas hojas. Ni por qué lo hice, ni cuándo lo abandoné, nada. Debí empezarlo hace unos siete, ocho años atrás, se nota que tiene interrupciones y las últimas frases (intuyo) son del 2002.
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Revisándolo, encontré un papel suelto que decía -no tengo idea de a quién iba dirigido-:
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Tengo no pocas cosas para contarte. La primera es que el remís terminó costando $10.-, tal como te dije. Con esto espero entiendas el inútil sentido de discutir conmigo, cuando no hay dudas de que tengo razón.
Bueno, otro tema a charlar es que estoy en un pueblito costero que se llama Pehuencó, bastante lejos del centro y por lo tanto comprenderás que no te envíe la carta por correo. Igual me molesta complacerte en esto de escribirte, no me gusta terminar haciendo lo que me pedís, pero bueno, siempre supe lo boluda que era.
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Cualquiera que me conozca sabe que estas palabras me definen de una forma casi absoluta. La primer oración es decididamente borgeana. Después yo, teniendo la razón y haciendo alarde. Para finalizar, aceptar la propia estupidez y acabar complaciendo al otro, aún a desgano.
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La mayoría del tiempo creo (o intento creer) que soy distinta a lo que era. Pero ahí están y salen cada tanto esas pruebas irrefutables (materiales, terminantes, manuscritas) gritándome que el tiempo pasa pero que, pese a mis esfuerzos, sigo en el mismo lugar.
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