La búsqueda de Coco

El abuelo Coco es, si se me permite el término, una de las personas más cachivacheras que conozco. Siempre está mirando el suelo y se lleva, para horror de mi abuela, cualquier tipo de estupidez olvidada en la calle y que 'puede servir'.

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Noches atrás llegaba desde la facultad y ví que, en la vereda, a metros de la casa de mis abuelos, alguien había tirado de todo: ropa, paraguas, retazos, adornos, electrodomésticos rotos... esas cosas -yo me alcé con un soporte de ventilador de pie, porque le ví potencial como pie de micrófono, demostrando que tengo algo de Coco en la sangre-.

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Me abre la puerta mi abuela, y le digo:

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- ¿Qué está haciendo Coco?

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- Está mirando a La Monita.

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- Vas a ver como sale corriendo.

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- ¿Por?

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- Vos escuchá. Che, Coco, andá, apurate que acá al lado tiraron un montón de cosas estos que se mudaron.

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Posta que corrió, el tipo corrió. Dejó la comida y la novela y levantó sus 86 años y sus 110 kilos en pos de su maravillosa búsqueda que parece no terminar nunca.

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No sé qué espera encontrar mi abuelo, pero sí se lo que encontró una vez. Yo tendría unos dos, tres años. Cuenta la leyenda que Coco, caminando por la calle, observa cómo cae una caja de un rastrojero. Alza el paquete y corre al vehículo con el fin de devolverlo, pero sin resultados. Vuelve a su casa con la caja, y la descubre llena de juguetitos nuevos y raros. Me los regala.

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Yo me paso toda la primera infancia con esos soldaditos blancos y el hombrecito dorado y un hombre-perro marrón. Y un vehículo parecido a una nave espacial descapotable. (Todavía recuerdo a Padre, conversando con Coco, y diciéndole '¿Pero ese autito? Es muy raro. ¿Y esos muñequitos? ¿De dónde serán? ¿Importados, tal vez?').

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Primero yo y luego mi hermano jugamos con el hallazgo hasta hartarnos, y en el camino se perdieron piezas, se rompieron...

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Muchos, muchos años después caí en la cuenta de que era una de las primeras ediciones de los muñequitos de La Guerra de las Galaxias, y hasta el día de hoy intento calcular cuánta plata se perdió con nuestra ignorancia, cuánto dinero podríamos recaudar con tanto fan idiota de por ahí.

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En fin, una pena.