Puede Fallar

sábado, abril 29, 2006

Gorillaz

Circa 1952.

Álvarez era tipógrafo. Pasó por diarios como Noticias Gráficas, Crónica, La Prensa, Crítica... Participó activamente en varias huelgas, sin gremios de por medio. Él no estaba muy de acuerdo con la dinámica del paro -prefería el boicot- pero si era decisión de la mayoría lo aceptaba sin discutir.

Con la llegada de Perón, disentir ya no era una opción válida, con lo que las huelgas quedaron en desuso. Por otro lado el General unificó las oficinas de todos los diarios en un edificio del Bajo, de modo que su control fuera más sencillo.

Pero Álvarez tenía, además, otro problema: era radical -radical del 'Peludo', admirador de Palacios, a quien había conocido personalmente-. Y no era secreto.

Desde la muerte de Evita se cumplía en la imprenta un llamativo ritual. Todos los días, a eso de las 10 de la mañana, se interrumpía el trabajo, los empleados se ponían de pie y el capataz (un petiso hijo de puta, decía Álvarez) se acercaba a un altarcito y colocaba flores frente al busto de la difunta primera dama (las flores, cuenta Álvarez, eran pagadas por todos los empleados en un ítem específico que figuraba en el recibo de sueldo). Concluído el sencillo pero emotivo acto, se regresaba al trabajo.

Aunque conocía el método, Álvarez no había tenido el honor de experimentarlo porque cumplía el horario nocturno. Un día, sin embargo, le tocó en suerte reemplazar a un compañero y a eso de las ocho de la mañana se apersonó a la imprenta.

Se hicieron las diez. Otra vez entonces cesar el trabajo, ponerse de pie, observar al capataz colocar las flores.

Álvarez, sin embargo, no dejó de trabajar, permaneció en su silla y en ningún momento levantó la cabeza.

El capataz descendió del altar (petiso roñoso, decía Álvarez, si hasta le tuvieron que poner una escalerita porque no alcanzaba), atravesó la sala como una exhalación y entró en su oficina gritando:

- ¡Álvarez! ¡Conmigo de inmediato!

Álvarez se levantó y lo siguió, cerrando la puerta.

- ¿Sí? ¿Qué precisa, patrón? - le dijo.

- Usted se cree muy piola, ¿no, Álvarez? ¿Me quiere explicar por qué su falta de respeto?

- Estaba trabajando...

- ¿Ah, sí? Guarde todo, Álvarez, está suspendido por una semana.

- Muy bien, patrón - le dijo Álvarez, mientras giraba para salir.

- Ahhh... ¿se cree muy inteligente? ¡Que sean quince días! - gritaba el petiso.

- Como Usted guste, patrón. ¿Puedo irme ya?

El capataz lo miró. Suspiró y le dijo

- Hagamos una cosa, Álvarez. Dejémoslo como una advertencia, ¿le parece? No lo repita.

Álvarez salió. Esa tarde le comunicaron que regresaba al horario nocturno.

2

Mario Guillermo Álvarez, mi abuelo. Porque no te olvido.

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