Puede Fallar

martes, diciembre 20, 2005

Lo que precede a la tormenta

La primera vez que me quemé con ácido sulfúrico concentrado -98% v/v- podría haber quedado ciega o, peor aún, desfigurada. Guardo, eso sí, una cicatriz en el cuello que a esta altura es una orgullosa marca de guerra. Finalmente no fue nada: el guardapolvo y el pullover destrozados, una marquita, mucho miedo. Y la suerte de no salpicar a los que estaban alrededor.

Me asombra lo vívido de los instantes previos a la catástrofe. Fracciones de segundo en las que veo, intuyo, casi que palpo lo que va a ocurrir. Pero no puedo hacer nada. Inmóvil. Y ahí está el ácido como lluvia furiosa, y yo que me quedo para ver el espectáculo de cerca.

La segunda vez fue también con sulfúrico concentrado. 'Hola, qué tal', le dije. 'Ya te he manipulado otras veces sin problemas, por favor obviemos aquel incidente'. Así que lo puse en el balón y aseguré el aparato de destilación. Tanto, que lo puse muy rígido. Y otra vez casi que el tiempo se detiene -en un guiño a Pierre Menard- y sé cómo termina la historia. Nuevamente mi postura de entrega pero no tanto: atino cual exhalación a tomar el balón que va cayéndose y sí, parte se vuelca en mi mano y muñeca pero evito que caiga al suelo y reviente y salpique a cualquiera que esté a metros de mí. Fue el adiós a mi adorada polera bordó pero ni siquiera me quemé.

Ahora no estoy manipulando ácido pero me invade el perfume de la previa. La debacle se cierne, inexorable, y parece preguntarme si me voy a quedar mirando en la línea de fuego, si voy a correr, si voy a dejar menos rígido el equipo.

Una parte de mí que sorprendentemente se manifiesta autodestructiva me anima a seguir en la misma. Otra Apollonia me incita a correrme, a llevarme el miedo a otro lado, a posponerlo, quizás.

La que escribe se ocupó de sesgar el último párrafo, y me dice despacio al oído que no me paralice, que esta vez no se va a quemar nadie, que tenemos tiempo de evitarlo.

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