Puede Fallar

jueves, junio 16, 2005

Irse

Decía Tolkien en El Silmarillion que el Supremo Creador hizo nacer a los Elfos, los Primeros Nacidos, perfectos, hermosos e inmortales. Pero preparó la Tierra Media para los Últimos Nacidos, los Hombres. Más pequeños y menos agraciados, iban a recibir un regalo especial de parte del creador: la muerte.

Borges, en El Aleph, asume que Beatriz está muerta al ver que los carteles publicitarios cambian aunque ella ya no esté. Beatriz no ha visto el reemplazo, y nunca lo verá.

Y supongo que puedo seguir. Acuerdo con que la muerte le ha dado qué decir a la literatura.

Pero no. Si veo que Él, mi eterno compañero de juegos, el-que-es-querido, el maravilloso hombre se debate entre este mundo y el otro sin poesía, con la desgarradora imagen de alguien devastado por la enfermedad...

En ese momento pienso que no hay nada romántico en ella. Que la muerte es una reverenda cagada. Y que mis manos sólo pueden colgar a los lados sin posibilidad de defenderlo, caricaturas idiotas de todo lo que sus manos han hecho por mí.

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