Puede Fallar

miércoles, septiembre 10, 2008

Un pomelo


Está en silencio, sola, con las manos cruzadas sobre la falda y la mirada baja, sentadita en el garage. Le pregunto:

- Carmen, ¿qué hacés? -

“Rezo”, me dice.

Carmen rezó toda su vida. Es de esas personas que viven con miedo: a la velocidad, a los viajes, a estar sola, a los ladrones, a los que no conoce. Cuando, con pocos años, me quedaba a dormir en su casa y la noche me traía pesadillas, ella se acostaba conmigo y rezábamos juntas ‘ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día…’

Ahora Carmen está sentada en el garage de mi casa y espera a Madre, para ir juntas al hospital donde está internado su compañero de toda la vida, Coco.

Coco es la antítesis de Carmen: alto, gordo, caprichoso, meticuloso, aniñado, de esos tipos que todo el tiempo hacen chistes. De él cuentan que un día se puso una sotana y salió por el barrio haciéndose el cura y repartiendo estampitas de comunión y bautismo que encontró en un cajón; que fue un presidente ejemplar del Club de Jubilados Las Palomitas; que cocina como los dioses; que su último deseo es levantarse del cajón en su propio velorio para asustar a los amigos.

Reza, Carmen.

El otro día los ví, él mirando la tele en la cama del hospital, calmo, como siempre, sin hacerse problema por nada. Ella se le acercó porque sí, le acarició la cabeza, le dio un beso en la mejilla y lo miró con una de esas miradas que pueden destrozar ciudades enteras. ‘Cómo te quiero, viejito’, le dijo al oído.

Ayer le sacaron de la cabeza a mi abuelo Coco un tumor del tamaño de un pomelo, después de cuatro horas de operación, a sus 87 años. Hoy almorzó de lo más campante en terapia intensiva y preguntó si sabíamos qué había para cenar.

Pero dejando de lado el incidente frutal, y, más aún, su resultado ¿sabrá Coco toda la suerte que tiene?

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